Pensemos por un momento en las diferencias entre lo complejo y lo complicado. Considero complejo todo aquello que no sea lineal y complicado a eso que puede ser calificado de “jodido”.
Si hiciéramos el intento de graficarlo, el primero estaría expresado como varias líneas diferenciables entre sí, conectadas en puntos de convergencia. El segundo, en cambio, sería más cercano a un ovillo de lana enredado. Las líneas no podrían distinguirse con facilidad y los puntos son nudos no susceptibles a ser desenrollados.
Lo complejo llama a ser indagado y siempre tiene una explicación, aunque haya que recorrer muchos hilos para encontrarla. Admite, siempre, más preguntas para las que a su tiempo encontrará respuestas. Por el contrario, cuando se trata de algo complicado, no hay argumento suficiente que alcance a justificarlo. Cae por su propio peso ante cualquier pregunta sencilla.
Cuando en una relación de cualquier tipo, tomamos la decisión de ser directos, estamos apostando a la complejidad. A partir de ahí, la relación crece y avanza.
Esto no quita que no exista un final, pues ser directo puede implicar el duro trabajo que indicarle al otro nuestra disconformidad con el estado de las cosas e incluso nuestra poca voluntad de poner manos a la obra para resolverlas. En este caso, probablemente el peor para una de las dos partes, lo único que estamos haciendo es mostrarle nuestro respeto al evitar que siga perdiendo el tiempo. Desde ya que no podemos esperar que nos lo agradezca de mil amores, pero eso ya es otro terreno.
Pero si lo dicho con la intención de ser directo no implica necesariamente un fin, entonces la cosa se torna muy interesante. Encontraremos en el camino muchos obstáculos, como en cualquier otro. La diferencia es que estos últimos serán sorteables gracias a la decisión que tomamos en un primer momento.
Distinto es el caso cuando la decisión que se toma es la contraria: no ser directos. Desde ahí, tendemos a tomar rumbos cuyos puntos de llegada son difusos, por estar indestructiblemente anudados. Es entonces cuando las palabras pierden relación con los actos y en el mismo movimiento, pierden ellas su valor.
Las relaciones complicadas pueden resultar atractivas en un comienzo, pero es sólo una ilusión. Lo complicado se disfraza de complejo y nosotros entramos como caballos. Al menos los que no somos muy duchos en cuestiones relacionales.
Quizás lo mío sea muy exagerado, pero creo que tomar la vía complicada es apostar a favor de la desvalorización de las palabras. Siendo ellas aquello que nos distingue del resto de los animales, aquello que nos permite expresarnos, recortar el mundo, etcétera, podríamos concluir que el riesgo de tomar el camino complicado, es lo suficientemente grande como para merecer, aunque sea, unos instantes de reflexión.